Los
devoradores de la Infancia
Mirta Gloria Fernández
Editorial: Comunicarte
Colección: La ventana indiscreta
(Ensayos sobre Lij)
Córdoba, 2014
N° de Páginas: 140
Por
Manuel Martínez (Lic. en Letras, por la UBA)
Para quienes nos apasionamos por
el estudio de la LIJ, la edición de Los
devoradores de la infancia es un acontecimiento notable. Se trata de un libro de ensayos escrito por la
especialista en Literatura para la infancia Mirta Gloria Fernández. Publicado
por la editorial argentina “Comunicarte” en coincidencia con el IV Simposio LIJ
del Mercosur celebrado en 2004, el libro integra la colección “La ventana
indiscreta” junto a las obras La aldea
literaria de los niños, de María
Adelia Díaz Rönner y Hacia una literatura
sin adjetivos, de María Teresa Andruetto.

A través de una pormenorizada
mención de los autores, los títulos de sus obras y las ilustraciones,
bellamente reproducidas en las páginas del libro, el lector de Los devoradores de la infancia asiste al
racconto de cinco etapas a través de las cuales la crueldad de los cuentos
maravillosos fue recepcionada con delectación, asimilada con reparos,
neutralizada, evaluada con ambigüedad y celebrada tanto por la gente menuda
como por los mediadores de lectura adultos.
En los siete ensayos que integran
el libro se estudian las formas de aparición del maltrato a la infancia en las
producciones culturales destinadas a los niños y las niñas a lo largo de la
historia. Fernández logra su objetivo mediante una sugestiva hipótesis de
lectura que recupera el concepto bajtiniano de cronotopo para desentrañar el
significado de los rastros dejados en los textos literarios por el personaje
del “comeniños”, el devorador de infantes que en la LIJ recibe distintos
nombres y adopta diferentes apariencias: bruja, ogro, monstruo, animal
fabuloso, príncipes seductores y madres insufribles.
Desde siempre, incluso los pequeños menos temerarios han sido propensos a sucumbir con una sonrisa hechizada a las descripciones y las imágenes de la bruja Baba-Yaga, por ejemplo, que recorre los volúmenes antológicos de Afanásiev recolectando huesos humanos en una cacerola hirviente. No obstante, Fernández recuerda que cuando los escritores pertenecientes a la aristocracia y la burguesía se apropiaron de los cuentos folklóricos les imprimieron una matriz de sentidos conveniente a un contexto marcado por el incipiente proceso de escolarización. En Los devoradores de la infancia, esta pregunta acerca de los textos que los adultos elegimos para los niños sirve de introducción para un trabajo deslumbrante de literatura comparada entre Irulana y el ogronte, de Graciela Montes, publicado en el año 1995 y El globo, de Isol, libro álbum de 2002.

Al mismo tiempo que el personaje
del comeniños prolifera bajo asombrosas formas mutantes (en las pantallas
encantadas de Disney destellan la pavorosa simpatía de Shrek) tiene lugar en la
LIJ una proliferación de figuras siniestras que serían la contraparte del
comeniños. Fernández ilustra profusamente el protagonismo de personajes que
asumen la venganza contra los representantes de los órdenes familiar, escolar y
social. En el capítulo IV titulado ‘La venganza de la gente pequeña’ la autora
se detiene en “la exacerbación de la parodia” presente en obras de autores como
Saki, Bradbury, Sendak, Quiroga y Gorey. Destaca que su interés en dichos
autores no pasa por “la insubordinación de sus personajes en sí, sino por el
tratamiento estético de la tragedia familiar a través de la inversión de la
ecuación joven víctima/ adulto victimario.” (p.81)
La mirada de los niños en los
textos destella ansias de justicia. “Lo que parece haber cambiado en cuanto a
las representaciones de la niñez es que los débiles empiezan a reclamar lugares
sociales quizás desde un protagonismo que nos resulta amenazante.” (p. 90) En
esta perspectiva, la Declaración de los Derechos del niño (1959) se lee como
“el correlato de la puesta en duda de la confiabilidad de los adultos en su
ejercicio de protectores de la niñez.” (p. 13) Por esa razón, la autora nos
invita a tomar distancia de la “neurosis de felicidad” cuyo afán de
disciplinamiento pretende expatriar al comeniños de los libros destinados a la
infancia.
A partir del estudio de las
discusiones en torno al canon de la LIJ en Argentina y de la relectura de las
tensiones de los discursos provenientes de la pedagogía, la psicología y la
teoría literaria en los años 1960 y 1970, Fernández reivindica la poética
disparatada de María Elena Walsh y reencuentra en el absurdo de Javier
Villafañe el vínculo inquietante y travieso que une a la infancia con el
lenguaje.
Los
devoradores de la infancia ilustra una nueva forma de leer que se muestra sensible a la
ironía y al tono paródico (y por momentos oscuro) que distingue a los textos
más representativos de la literatura destinada a los niños. Esa forma de leer
se traduce en una manera de asumir la escritura académica. En varios pasajes de
su libro, Fernández traslada a la escritura el tono paródico y provocador del registro
oral característico de sus clases en el Seminario de Literatura Infantil y
Juvenil que dicta en la Universidad de Buenos Aires desde hace más de diez
años.
En las aguas quietas del estanque
de la crítica literaria, usualmente poco afecta a interesarse en libros
pertenecientes a la LIJ, cuyo destino, a causa de dicha desatención, queda
librado a la astucia y los intereses exclusivos del mercado editorial, la
aparición de un libro como Los
devoradores de la infancia se celebra.
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